NO QUIERO RESISTIR

Resistir, para la población refugiada de Palestina, es eso que sucede mientras tratan de vivir una vida normal.

Mientras esperan una solución que no llega, sucede la angustia, la alegría, aparecen la ilusión y la rabia, las aspiraciones frustradas, proyectos y planes, se cuela la desesperanza. Sucede todo lo que sucede en la vida de cualquier persona en cualquier país, con la diferencia de que la suya es una existencia ocupada, bloqueada, en espera.

Y en resistencia. Resisten a una ocupación que dura ya más de 50 años y que solo les devuelve violencia y una negación flagrante -constante- de sus derechos. Resisten ante la imposibilidad de soñar con construir una casa que no vaya a ser demolida, a no poder reunirse con sus familias bajo el mismo techo o a tener que cruzarse con las armas en los puestos de control de camino al colegio. Resisten a un bloqueo que es cárcel sin juicio, condena sin delito: encierro.

Resisten y, sin embargo, 5.625.829 refugiados y refugiadas de Palestina no quieren tener que resistir.
Mi sueño siempre había sido ser entrenador de chicos y chicas más jóvenes y representar a Palestina como nadador a nivel internacional. Ahora solo puedo practicar deportes para personas con discapacidad. Pero no quiero perder la esperanza.
Mohamed se subió un día a un autobús para acudir a una protesta en un punto de la valla perimetral que separa la franja de Gaza de Israel.
“Como muchos otros jóvenes, fui a la manifestación para pedir el levantamiento del bloqueo. Quise participar porque creía que no iban a haber disparos ni violencia por parte de las fuerzas de ocupación israelíes”.

Pero si hubo violencia y uno de los primeros disparos lanzó una bala que atravesó la pierna de Mohamed. Todo se volvió borroso.

La Gran Marcha del Retorno comenzó el 30 de marzo de 2018. Decenas de miles de hombres, mujeres y niños palestinos, la gran mayoría manifestantes pacíficos, tomaron la valla que separa Gaza de Israel, en protesta popular, para exigir el fin del bloqueo israelí y el derecho al retorno de los refugiados.

Las protestas, que se han mantenido en el tiempo, han arrojado cifras terribles entre la población palestina: 230 muertos y 36.135 heridos.

Cuando recuperó la consciencia, Mohamed estaba en el hospital. Él fue el primer herido y el primero, de muchos, en perder una de sus piernas como consecuencia de la violenta represión contra los manifestantes.

El elevado número de pacientes tratados por heridas de bala durante los meses más intensos de las protestas, colapsó el sistema de salud de Gaza. Sin el permiso israelí para salir de la Franja, muchos jóvenes no pudieron recibir el tratamiento de urgencia que necesitaban. Ocurre demasiado a menudo: Israel niega el permiso para recibir tratamiento fuera de Gaza a 1 de cada 3 pacientes. Muchas veces no es un “no”, es simplemente una respuesta que nunca llega, es un aplazamiento de la respuesta, mientras la enfermedad avanza y, en el peor de los casos, acaba con la vida de las personas enfermas.

A Mohamed, las autoridades israelíes le denegaron el permiso hasta cuatro veces. Sin contar con los medios necesarios, el equipo médico en Gaza no pudo hacer nada más.

conflictos que han vivido los niños y niñas gazatíes menores de 12 años
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de la población de Palestina tiene menos de 18 años
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de paro entre los jóvenes de Gaza
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niños y niñas palestinas murieron en las protestas de la Gran Marcha del Retorno
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Cuando la escuela es un refugio en el que sentirte seguro

La educación para las familias refugiadas de Palestina es esa caja fuerte donde depositan la esperanza de muchas cosas:
una salida, un futuro, una existencia diferente para sus hijos e hijas.

Hoy, medio millón de niños y niñas palestinas acuden a las más de 700 escuelas que UNRWA tiene distribuídas en Gaza,
Cisjordania, Jerusalén Este, Jordania, Líbano y Siria. En 1962 estas escuelas se convirtieron en las primeras de todo Oriente
Medio en alcanzar la paridad de género: la mitad de los estudiantes son niños y la otra mitad niñas. Hoy, además, en torno
al 73% de los jóvenes que acceden a las becas universitarias, que la agencia ofrece desde 1955, son mujeres.

A pesar de que el nivel educativo que imparten desde las aulas está considerado como el más elevado de la región, la falta
de financiación hace que cada año abrir las puertas se convierta en un nuevo reto.
No es fácil seguir y no es fácil llegar.

“¿Por qué tenemos que cruzar puestos de control militar todos los días? A todo el mundo le gusta caminar libremente, vivir en paz y libertad…”
En el centro de la ciudad palestina de Hebrón viven 500 colonos israelíes protegidos por un contingente de miles de soldados israelíes. La fuerte tensión por la presencia militar y los innumerables puestos de control, marca dramáticamente la vida de la población. Y especialmente de las niñas y niños para los que ir a la escuela se convierte en una carrera de obstáculos.
Para alcanzar su escuela, los y las niñas se ven obligadas a atravesar, muy a menudo, controles militares israelíes para asistir a clase; muchos necesitan pedir permiso continuamente para poder cruzar el muro que Israel empezó a levantar hace 18 años y que divide sus vidas a un lado y otro de una mole de hormigón. Para muchos de ellos, poder estudiar cada día representa una pequeña odisea porque en lugares como Hebrón, en Cisjordania, a menudo reciben insultos o amenazas de camino a la escuela.
Y sin embargo, llegar es encontrarse con un refugio.
“La educación es lo más importante en la vida porque me permite alcanzar mis objetivos y sueños. Sin la educación sería como una máquina y sólo gracias a ella, he podido entender cosas de mi alrededor y he logrado construir mi personalidad”

Con 12 años, cualquier niña o niño en Gaza ha sufrido ya las consecuencias de tres conflictos armados. 12 años, 3 guerras. En el de 2014, en el que Israel lanzó una de las ofensivas más destructivas sobre la Franja, muchas escuelas se convirtieron en hogar y refugio para cientos de familias palestinas.

Un refugio que, sin embargo, no pudo frenar la violencia de la metralla: en una de las escuelas de UNRWA que albergaba civiles, una bomba acabó de golpe con la vida de 17 personas. La ofensiva se prolongó durante 50 días: murieron 2.251 personas, incluidos 551 niños y niñas.

Las incursiones militares son frecuentes incluso cuando no hay declarada una ofensiva. Son frecuentes también los cortes de electricidad, a veces de hasta 20 horas al día, que obligan a hacer los deberes a la luz de una vela y a sentir congelados los cuerpos. El bloqueo que desde hace 13 años vive la población de Gaza es así: oscuro, frío, demoledor.

Y sin embargo, hay toda una generación de niñas, niños y jóvenes que desde Gaza observan la vida con un nivel de esperanza y energía difícil de igualar.

Frente a la oscuridad, dice Deema, ella tiene de su lado la poesía.
“Yo soy una chica repleta de esperanza, a lo mejor nosotros nos hemos acostumbrado al sufrimiento en Gaza, pero siempre tenemos energía positiva, y esperanza de un futuro mejor, un futuro para conseguir todos nuestros objetivos.”
La oscuridad

No es fácil vivir sin la capacidad para ver en un
lugar con una de las densidades de población más elevada del
mundo, donde es habitual escuchar el sonido de las bombas y
donde muchos edificios están a medio construir, o son
escombros, o son residuos. El bloqueo y las guerras generan
demasiados obstáculos.

Es la hora del recreo en el Centro de rehabilitación para niños y
niñas con discapacidad visual en Gaza y todos van de la mano
en el patio. Todos ríen, se apoyan los unos en los otros para
correr, para jugar, para ser niños y niñas.

El centro, financiado por UNRWA y activo desde 1962, es sobre todo un lugar seguro donde reciben la mejor educación adaptada a sus necesidades. Asomarse a las aulas es escuchar el traqueteo de las máquinas de escritura Braille, hay pantallas que hacen grandes las letras e inteligibles las palabras y hay maestras y maestros que facilitan el aprendizaje y la vida de cientos de niños y niñas. Para muchos de ellos, la rutina antes de llegar al centro estaba cargada de soledad por las dificultades para jugar con otros niños y niñas: las calles de Gaza no son seguras para ningún niño pero menos para los que tienen dificultades de visión o de movilidad. Aquí, sin embargo, el patio es la representación más amable de la hora del recreo: todos y todas juegan de la mano.
Pero también existe otra oscuridad menos perceptible.
La población de Gaza sufre una crisis de salud mental sin precedentes a la que algunos informes han llamado “la herida de bala invisible”. Una herida que ha empeorado por el aumento de la violencia y por los recortes de fondos para programas vitales de apoyo psicosocial.
Según el doctor Zoheir AL Khatib, responsable de uno de los centros de salud de UNRWA en Gaza, cerca de un tercio de los más de 1,2 millones de refugiados y refugiadas palestinas que acuden a los servicios de atención primaria de la agencia muestran síntomas de trastornos mentales y sociales. En los últimos años han aumentado considerablemente los intentos de suicidio, uno de esos temas tabús de los que apenas se habla. Como en cualquier parte del mundo, la depresión y los trastornos mentales solo se pueden superar con ayuda. En Gaza, pese a las dificultades impuestas por el bloqueo, UNRWA inició en 2016 un innovador proceso para integrar la atención a la salud mental en todos sus centros de salud en Gaza.
“Me gustaría servir de ayuda a otros que puedan necesitarlo. Es importante saber que todos podemos contar con alguien que nos apoye y que esté ahí cuando lo necesitamos”.
Contar con los demás. Contar a los demás: qué es más Gaza, ¿la Franja bloqueada o la Franja de vida que se anhela vivir?
Muchas y muchos jóvenes han encontrado en redes como Youtube o Instagram una ventana para mirar el mundo y mostrar su tierra desde su prisma. La mayoría de estos jóvenes nunca han salido de la Franja y saben que dentro existen pocas posibilidades de encontrar muchas de las cosas a las que aspiran. Por eso la frustración es una de las palabras que más se repite en la conversación con cualquier joven. Con una tasa de paro juvenil rozando el 70%, Gaza está repleto de talento frustrado. Sin embargo, ni siquiera la frustración logra anular la energía de una de las poblaciones más jóvenes del planeta.
En sus vídeos, Sami comparte historias de otros jóvenes que como él, prefieren pensar en lo que se puede lograr más que en los límites que impone el bloqueo.
LA ESPERA ENTRE LOS MUROS
Para la población palestina, no es uno solo, son muchos muros. Cuando en 1948, con la proclamación del Estado de Israel, 750.000 palestinos y palestinas fueron expulsados o huyeron forzosamente de sus casas, nadie sabía que 70 años después serían más de 5 millones de refugiados y refugiadas permanentes. En todo el mundo, representan la población que más tiempo lleva con este estatus. La suya es una permanencia en espera.
Desde entonces, sus vidas han estado marcadas por los muros visibles e invisibles de una realidad ocupada y bloqueada en la que cada vez es más difícil desplazarse por una tierra que va perdiendo territorio. En abril de 2002, el gobierno israelí declaró su intención de construir una gran barrera de separación entre Israel y la Cisjordania ocupada. El Muro, que hoy alcanza 500 km de hormigón, se escribe muchas veces en mayúsculas porque es probablemente el muro más ilegitimo de todos los muros ilegítimos que hoy existen en el mundo: empezó a levantarse, atravesando pueblos, comunidades, campos y tierras de cultivo, aislando vidas, vínculos y separando familias.
En julio de 2004, apenas dos años después de empezar a levantarse, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya declaraba el Muro “ilegal”, en una histórica sentencia de 50 folios que fue leída en la sede de la Corte. La decisión exigía que el muro fuera destruido y que se indemnizase a las familias afectadas. Pero el Gobierno israelí se negó y hoy son 800 km de hormigón, ilegales, separando vidas.
Para algunas familias el muro ha dividido incluso su propia casa.
Vivir al otro lado del muro significa vivir sin permiso para moverse. La población palestina no tiene derecho a entrar en Israel (tan solo si viven en Jerusalén Este, ocupada por Israel desde 1967), con lo que su vida es superar un obstáculo tras otro. Tras la paz relativa o Armisticio árabe-isaraelí que se firmó en 1949, se estableció lo que se conoció como Línea Verde: con un lápiz, dicen que de ese color, se dibujó sobre el mapa una línea de separación. Una barrera invisible a la que sucederían muchas. Entre esta Línea y el Muro en Cisjordania se encuentra la conocida como “Zona de Separación” donde viven alrededor de 11.000 personas palestinas absolutamente aisladas de todo y que desde 2003 necesitan un permiso para poder seguir viviendo en su propia casa.
“El sufrimiento comenzó en 1948 cuando nos convertimos en refugiados por primera vez. Vivíamos todos en Aida camp, las cosas no eran fáciles y había muchos retos, pero al menos, no había muro”.

La familia Nijim vive en su casa, a las afueras de la aldea de
Qatanna, desde 1967. Qatanna es una de las ocho aldeas
palestinas que comprenden el ‘enclave Biddu’, en el territorio
Palestino ocupado y está rodeado al norte, este y oeste por el
Muro. Miren donde miren: Muro.

Lo que no supieron, hasta más tarde, es que su casa se había
quedado del lado israelí, totalmente aislada del resto de la
aldea, y que salir de su hogar les convertía automáticamente en
extranjeros sin permiso.

“Mi casa se ha convertido en una prisión para mí y mi familia, pero no nos iremos a ninguna parte”.
En 2009, las autoridades israelíes construyeron un puente de hormigón ‘cerrado’ para permitir el acceso de la familia a la “parte de Cisjordania”. Hasta 2011, la familia Nijim tenía la llave de la puerta que los encerró en su propiedad. Sin embargo, ese mismo año, sin previo aviso, las autoridades lo sustituyeron por un sistema de vigilancia electrónica, completa con cinco cámaras de vídeo y un sistema de intercomunicación. Ahora, para cada salida o entrada, tienen que llamar por teléfono a la policía fronteriza israelí. A veces, tardan horas en responder y entonces la familia siente, más que nunca, la injusticia de su encierro.
Pero, ¿pueden los muros llegar hasta el mar?
Cuentan los pescadores en Gaza que pescar en el mar Meditarráneo que rodea la Franja no ha sido nunca tan difícil ni tan peligroso como está siendo hoy. Su espacio de pesca ha ido decreciendo paulatinamente de 20 a 9, de 9 a 6 y de 6 a 3 millas náuticas. La distancia de pesca permitida por Israel para los 2 millones de personas que viven en la franja de Gaza se reduce cada vez más y pone en riesgo la vida de miles de familias que dependen de la pesca. Acercarse al perímetro impuesto de 3 millas naúticas tiene, muchas veces, consecuencias terribles: las fuerzas irsaelíes suelen disparar contra los pescadores y muchos han muerto en los últimos años por este motivo. Sin embargo, permanecer en un perímetro tan limitado y en el que tienen que faenar miles de pescadores, empuja a la desesperación a miles de familias que pierden de este modo el único sustento con el que cuentan.
En septiembre de 2016, Abdel estaba con su equipo en el mar cuando los barcos del ejército israelí les rodearon y empezaron a disparar. Arrestaron a toda la tripulación y retuvieron su barco. Casi tres años después, y sin haber recibido antes ninguna explicación, el barco de Abdel regresaba a Gaza por tierra absolutamente destrozado. Su historia resume el terrible periplo que sufren los pescadores palestinos con cada vez menos espacio para pescar, menos peces y menos oportunidades para poder alimentar a sus familias.
El miedo y la incertidumbre se cuela por las grietas de las casas
“Cada vez que lanzan un misil empiezo a llamar a cada uno de mis hijos, preguntando donde está cada uno. Vivo preocupada. No hay una madre en Gaza que no viva preocupada por sus hijos.”
Muchos hogares en Gaza han perdido la capacidad para poner un plato de comida en la mesa: más de un millón de personas refugiadas (más de la mitad del territorio) depende de la asistencia alimentaria de emergencia de UNRWA para sobrevivir. Una ayuda que sufre una amenaza constante tras la decisión de Donald Trump de cortar definitivamente las donaciones de Estados Unidos a la agencia y que en 2020 sufrió un varapalo sin precedentes como consecuencia de la respuesta a la pandemia de Covid-19. Pero el mayor temor de muchas familias no es solo el de no poder acceder a la comida, a la luz o al agua potable (el 97% del agua corriente de la Franja está contaminada), también está el miedo a perder su hogar, su refugio, su techo para protegerse de todo.
La ofensiva israelí de 2014 causó una destrucción descomunal, sin precedentes en la historia de la Franja. Se contabilizó la destrucción completa o severa de 18.000 viviendas, así como la destrucción parcial de otras 138.000 viviendas. Todavía hoy, muchos de los hogares permanecen destruídos ya que la duras condiciones del bloqueo isrealí y el cierre de la frontera con Egipto, hacen muy difícil introducir materiales para la reconstrucción de las casas. Miles de casas como la de Um Tala´at fueron destrozadas y bajo los escombros se quedaron sus pertenencias, sus recuerdos y toda esperanza de vivir una vida en paz.
UNA VIDA ENTERA REGRESANDO
A sus ochenta y seis años, Abd Al Majid lo observa todo sentado a la puerta de su casa, en el campo de refugiados de Aida. Construido por UNRWA en 1950, entre las ciudades de Belén y Beit Jalala, la población del campo no ha dejado de crecer al tiempo que el espacio se ha ido quedando cada vez más estrecho para la vida. Estrecho como los edificios de dos calles que rozan.

1928

1947

1948

2018

En frente de su puerta, apenas a unos pasos, Abd Al Majid tiene el Muro. Lleno de pintadas, de nombres, de reclamos y palabras, a él le recuerda cada día el límite a una existencia, la suya, que lleva décadas mirando al otro lado: al pasado.
Abd Al Majid espera sentado a la puerta de su casa con una energía siempre dispuesta a contar cómo fueron aquellos días en los que tuvo que huir de su casa sin saber que nunca podría volver. Aunque él, a sus ochenta y seis años, sigue viviendo con la ilusión de poder volver a algún día a aquella casa que ya no existe pero que él imagina vacía, a cuidar de su huerta, a trabajar la tierra que le vio nacer y que, cuenta, le daba a él y a su familia todo lo que necesitaban para vivir. Alimento, futuro, identidad y mucha alegría: esa era toda su vida antes de huir.

Cada vez son menos las personas refugiadas de Palestina que vivieron siendo niños, niñas y jóvenes la Nakba, esa palabra
árabe que describe “el desastre”: el éxodo de más de 700.000 palestinos y palestinas que tuvo lugar en 1948 a consecuencia de la guerra árabe-israelí.

 

Por eso escuchar a Abd Al Majid
contar su historia a la puerta de su casa, mientras espera un regreso que no llega, es una experiencia
casi irrepetible.

La población refugiada de Palestina no quiere resistir: necesita una solución.

Llevan más de siete décadas fuera de sus casas, de sus barrios y de sus pueblos, de donde fueron expulsados sin saber que nunca más podrían volver.

La ocupación, el bloqueo y el exilio forzado y forzoso les impide vivir una vida digna: su vida.
El aislamiento, la exclusión y la desposesión representan una negación de su dignidad y sus derechos que deben abordarse, sin falta, cuanto antes.
La vida en resistencia no es más que supervivencia. Por eso, más de 5 millones de personas refugiadas de Palestina necesitan urgentemente una solución justa y definitiva. No es solo una cuestión de justicia internacional sino, sobre todo, de humanidad.
Firma nuestra petición para exigir una solución para la población de Palestina

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